Carlos Ordonez, Miami 8/18/23

Cuando la exesposa de Nicolás Petro le denuncia ante la Fiscalía por quedarse fraudulentamente con dineros solicitados para la campaña presidencial de su padre, confiesa ser coparticipe de tal fraude; actitud delictiva motivada por un delirio de enriquecimiento fácil de la pareja.

Al sentirse Nicolás acorralado por la Fiscalía ofreciéndole negociar ciertos beneficios personales en su encausamiento criminal a cambio de enlodar la campaña presidencial de su padre, accede declarando que lo hace sin presión alguna, libremente. Ahora bien, para cubrir su infamia sacrifica a su hijo que viene en camino, ya que nacerá y crecerá con el lastre de haber sido utilizado por su padre como pretexto para enturbiar y poner en riesgo la presidencia de su abuelo y la esperanza de un pueblo.

Este desafortunado suceso fue un regalo inesperado a la oposición del Presidente Gustavo Petro, un ingrediente más a su desesperado esfuerzo para propinar al Presidente lo que se ha denominado golpe de Estado blando.

Sin embargo, empezaron a fracasar los golpistas al pretender sumir al Presidente G. Petro en su defensa judicial descuidando la gobernabilidad, pues este complot no funcionó con el  Presidente, quien encargó de su defensa a su abogado y continuó con su agenda de gobierno y en su lucha implacable contra la corrupción, el narcotráfico y la minería ilegal.

 Sería ilusorio tan solo esperar, ha menester demandar que la administración de justicia actúe en los asuntos puestos a su disposición contra el Presidente, como debe hacerlo en todos los casos, con imparcialidad, brindando las garantías propias de la defensa en un debido proceso y con apego a la ley, reivindicando así y solamente así la legitimidad de la independencia y responsabilidad que la Constitución le confiere.

Se desesperaron los patrocinadores de la oposición al percatarse con perplejidad e ingente temor que la bandera política del cambio no fue una mera etiqueta publicitaria para cautivar ingenuos electores sino una tarea para cumplir en serio, constituyéndose en oposición irracional. Se oponen rabiosamente a un cambio que se promueve en el marco institucional del Estado social y democrático de derecho, que oriente el aparato estatal de dominación política al servicio del bien común y no de intereses mezquinos de unos pocos como lo ha sido en toda nuestra  tradición republicana. El cambio implica paz total, protección de la vida, justicia social, cero corrupción, producción sin contaminar el ambiente, cobertura universal de salud, educación, vivienda, trabajo, reforma agraria bajo el lema de la tierra para quienes la trabajan, libertades públicas, respeto por el otro, etc. Programa que todos los colombianos deberíamos acoger; es inaudito estar en contra de él, pero las mentalidades ruines de los golpistas tratan por todos los medios, así no sean éticos o  legales, para torpedearlo, retornar al poder, darle vuelta al cambio y volver a la política tradicional que le permita mantener sus particulares privilegios.

Los golpistas manipulan mediáticamente la opinión pública para ganar apoyo irreflexivo en sus pretensiones: quieren seguir enriqueciéndose con comisiones ilegales, con sobornos en la adjudicación de la contratación pública; seguir  beneficiándose de jugosos negocios privados con  fondos públicos; seguir distribuyendo  cargos del Estado a su familia, amigos y expertos que actúen en beneficio de sus intereses privados; seguir protegiendo con la violencia su permanencia en el poder utilizando las armas del Estado y de organizaciones paramilitares en genocidios contra sus opositores, el asesinato de líderes sociales,  la represión contra la población cuando demanda reivindicaciones privadas y políticas.

El Presidente Petro es meritoriamente el líder unificador del movimiento político por el cambio, el que se viene gestando desde ya casi un siglo y que converge hoy con la denominación de Pacto histórico. Un movimiento que ha venido aprendiendo de sus luchas -ya armadas, ya reivindicativas y políticas-, de sus debates ideológicos, de sus aciertos y equivocaciones, de sus líderes asesinados, de la represión oficial, de las experiencias nacionales e internacionales  de la izquierda democrática o progresista que la condujo a optar por un cambio reformista e institucional en lugar de uno violento dadas las circunstancias de la época y su consecuente lectura política.

Cambiar la tradición política, social y cultural en Colombia es una necesidad vital y el hacerlo es toda una proeza, dadas las enormes dificultades que ha de enfrentar, lidiando con un trasfondo cultural de creencias irreflexivas, mezquinos intereses y obstrucciones, entrampamientos, infiltraciones, franco tiradores; el cambio ya  inició su proceso en este primer año de gobierno y para continuar su gesta histórica demanda la participación permanente de todos los comprometidos con esta bandera progresista y de toda la población que saldrá favorecida con él.